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El mercado laboral agrícola ha presentado importantes cambios estructurales y socio económicos en las últimas décadas, tanto en la estructura etaria y de escolaridad, como en materias de formación, capacitación, desarrollo de competencias laborales, seguridad y salud en el trabajo, legislación y fiscalización laboral.
El análisis de las características distintivas del sector, como son: su dinamismo temporal, la transformación tecnológica y la constante evolución, favorece el proceso de toma de decisiones por parte de los agricultores y el desarrollo de políticas públicas alineadas a la realidad sectorial.
La encuesta de empleo del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), muestra que, en períodos de alta demanda laboral, la fuerza de trabajo sectorial se encuentra constituida en promedio por un 97% de ocupados y un 3% de trabajadores en condición desempleada o cesante.
Aplicando un enfoque territorial, se observa que existe una alta heterogeneidad en la ocupación sectorial. Todo esto alineado a la diversidad productiva que exhibe esta actividad económica a nivel local. Prueba de aquello es el hecho que, si bien a nivel país la actividad agrícola es la responsable de generar el 8,4% de la ocupación, en regiones como el Maule, Ñuble y O´Higgins esta actividad representa sobre el 22% de la ocupación local.
En relación con la incorporación de la mujer al trabajo agrícola, esta es altamente significativa en los últimos veinticinco años, incrementando su participación relativa respecto al total de ocupados, desde 9,8% el año 1990 a 27,4% en 2017 (según Casen).
Las mujeres trabajadoras que participan en el sector alcanzan a 190.000 en plena temporada, según cifras de INE. Esta situación deja en evidencia la importancia de la mujer trabajadora agrícola en esta actividad económica, en especial en faenas o labores asociadas a la cosecha y embalaje hortofrutícola.
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