Categorías: Artículos,Frutas frescas y procesadas
La importancia y el rol de los viveros en el desarrollo de la fruticultura en este país se remonta a los años 60, cuando el Estado decidió impulsar la agricultura, y en especial la fruticultura, con el Plan Nacional de Desarrollo Frutícola ejecutado por Corfo. Entre sus objetivos estaba llegar a 113.000 hectáreas plantadas con frutales al año 1980, asignándose un papel estratégico a los viveros en el ámbito de la modernización y la producción agrícola. En esa época las exportaciones de fruta eran una actividad complementaria al giro de frutos del país y representaba sólo un 5,9% del total de fruta fresca exportada por el hemisferio sur. En el ámbito internacional el desarrollo de variedades estaba mayoritariamente en manos de universidades o instituciones públicas tales como el USDA (Departamento de Agricultura de EE.UU., por su nombre en inglés), y otras instituciones sin fines de lucro, y llegaban gratuitamente a Chile y a otros países en desarrollo. Eran los años de la «revolución verde». A partir de la década de los años 70 hubo un cambio de modelo: el sector privado asumió la actividad productiva y se definió la vocación exportadora como eje orientador de la política económica, lo que conllevó a un proceso de mayor profesionalización del sector agropecuario. A fines de la década de los 80 se alcanzó una superficie de 86.000 ha de frutales, con algo más de quince especies, pero sin mucha diversificación de variedades. Las exportaciones frutícolas en ese período alcanzaron a 25,1% de las exportaciones del hemisferio sur y empezó un cambio en el desarrollo de variedades. Gran parte de los genetistas o fitomejoradores que ejercían su profesión en entes públicos, se incorporaron al sector privado. Este proceso coincidió con el desarrollo de un número importante de viveros en el país, varios de ellos relevantes hasta el día de hoy.
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